MUERTE DE CARLOS II.

Las repentinas resurrecciones del infeliz Carlos, conocido como El Hechizado, ponían de los nervios a cortesanos y diplomáticos, pues cada vez que recuperaba la lucidez, su esposa Mariana volvía a la carga para que rectificase el testamento, que el rey -sin descendencia- había hecho en favor de Felipe de Anjou, un príncipe Borbón, emparentado con la monarquía española porque era bisnieto de Felipe IV y sobrino-nieto del propio Carlos II.  La reina sostenía que iguales derechos familiares le asistían al archiduque Carlos de Austria, que era de la misma casa dinástica que el rey español y sobrino carnal suyo. 

Entre sobresaltos había ido transcurriendo octubre hasta que el 29 se quebró tanto su desmedrada salud que solicitó confesión, comunión y extremaunción.  Atendido espiritualmente entró en gran fiebre y sopor y luego, en postración extrema. 

Artesanos y eclesiásticos quedaron pasmados cuando, a primera hora de la tarde del 31 de octubre de 1700, su majestad Carlos II volvió en sí.

Todos le daban por muerto desde la víspera y muerto parecía, porque tenía tan baja la temperatura, tan débil el pulso, tan transparente la piel y tan rígidos todos los miembros que se asemejaba al mármol.  Aquella tarde dio un suspiro y todos creyeron que había entregado su alma a Dios, pero se equivocaban: de pronto rompió a sudar, se le avivó el pulso y, volviendo en sí, pidió alimento.

Una jornada duró la esperanza, pero pasado el medio día del primero de noviembre le sobrevino un nuevo acceso de fiebre y espasmos, que se lo llevaron de este mundo poco antes de las tres de la tarde.

Según el médico el cadáver de Carlos "no tenía ni una sola gota de sangre, el corazón apareció del tamaño de un grano de pimienta, los pulmones corroídos, los intestinos putrefactos y gangrenados, tenía un solo testículo negro como el carbón y la cabeza llena de agua"

 

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